Por todos ellos.
"Sueño de Navidad"
Desde las seis de la tarde la
algarabía, la fiesta y la alegría se habían adueñado de la casa.
El timbre de entrada no dejaba de sonar y cada vez llegaban más
risas, abrazos y besos. Los pequeños corrían por el largo pasillo
cantando villancicos, algunos de los mayores los acompañaban
mientras comían turrón, mazapán o cualquier dulce que se ofreciera
en una interminable mesa. Los olores de los diferentes platos se
mezclaban haciendo hogar. El calor de la Nochebuena se filtraba por
los tabiques haciéndome partícipe de la ilusión por la Navidad.
Sentada en una silla desde mi pasillo
frío, largo y vacío, sentía la nostalgia de esas fechas tan
entrañables. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que mis
nietos llamaron a mi timbre y corrieron alegres a mis brazos. Hacía
años que a mi puerta solo llamaba el cartero, el del seguro de
muertos y el repartidor del súper. De vez en cuando algún vecino se
asomaba por el patio de luces para preguntarme si en casa se veía
bien la tele sin sospechar que hacía años se averió y nadie vino a
repararla. Cerré los ojos y soñé estar sentada en ese otro
pasillo. Los chiquillos me abrazaban mientras me llamaban “abuelita”,
sus padres me ofrecían un dulce junto a una copita de anís. Mi
corazón volvía a latir como antes. Pero lo peor de los sueños es
despertar. El timbre de mi puerta me hizo salir de aquella
ensoñación. Con pasos lentos y cansados fui hacia la entrada.
Conforme me iba acercando me preguntaba quién sería. Sabía que el
cartero no repartía esa noche, el de los muertos ya había pasado a
principios de mes y esa semana no había comprado nada en el
supermercado. Mi corazón empezó a latir más fuerte y se me
llenaron los ojos de diminutas gotas de esperanza. ¿Sería verdad
que a veces los sueños se cumplen?
Mª del Pilar López Gómez
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